Estaba solo, allí sentado. La mente en blanco,
intentando no pensar. Cualquier cosa que le viniera a la cabeza podía
relacionarlo con ella, absolutamente todo. Aquel sitio, ella, lugares a
kilómetros de distancia, ella, sabores, ella, olores, su pelo, flores, su
suave piel. Risas, su boca, alegría, ella....
El aire, cálido para el
momento del año en el que se encontraba, atrajo hacia el solitario hombre, unas
hojas de abedules que chocaron contra sus descuidados zapatos haciéndolo
despertar de su triste letargo.
Quería irse, acabar con
el sufrimiento que le invadía desde hacía años, terminar con el vacío que lo
llenaba desde que ella se fue. De repente, sin avisar. Muerta, sobre la cama.
Desplomada. Un infarto letal.
Había buscado refugio,
calor, fuerzas para volver a empezar. Lo había probado todo sin éxito. Era
incapaz. En aquel fatídico lunes, donde su vida terminó, donde fue
despojado de toda ilusión por seguir adelante, permanecía anclado sin poder
reaccionar. Destinado a vagar cabizbajo, deprimido, angustiado por
no tener el coraje para tirarse por un puente y volver con ella, volvía una y
otra vez al lugar donde ella le había dicho por primera vez que le quería,
esperando de algún modo que estuviese allí.
Desde lo alto de
ese banco, día tras día, ella lo observaba. Se sentía desesperada,
frustrada, no lograba que sus mensajes fueran interpretados. Volvía a morir
cada vez que lo veía allí sentado, bajo su mirada, apagado, marchito, irreconocible.
Quería despedirse y no quería irse sin hacerlo, pero ese día, al fin
entendió, que nunca la oiría, que nunca la sentiría, y que por muchas
hojas que llevara a sus pies, nada cambiaría. Era hora de abandonar aquel
limbo donde se hallaba, se dijo, y cruzar hacia el otro lado junto a los muertos,
a donde pertenecía, y a donde se había resistido a partir sin despedirse
de su amado.
El hombre, calvo y
grande, de nariz chata, sintió una ráfaga fría de viento en aquel cálido día.
Se estremeció.
« ¿Será ella?», se
preguntó.
Esbozó una sonrisa
escueta, miró alrededor, apartó las hojas que se habían arremolinado
sobre sus pies, y mientras se levantaba, se prometió que jamás volvería a aquel
lugar.
***********El Banco***************
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